miércoles, 17 de abril de 2019

ALAN GARCÍA Y LOS EVANGÉLICOS


Por Miguel Bardales Inga / LIMA
Presidente del Ministerio de Acción de Gracias y líder de la iglesia evangélica en el Perú.

Conocí a Alan García Pérez antes que fuera elegido como presidente de la República del Perú. La primera vez me recibió en su casa y nuestra conversación giró en torno a la investigación que había realizado sobre el Evangelio de Marcos. Entusiasmado me comentó que tenía planes de escribir un libro sobre el liderazgo del Señor Jesús. De pronto uno de sus hijos nos interrumpió para despedirse y pedir algo de dinero. Lo vi levantarse, sacar un billete y decir: ¡Mis hijos son más importantes que todo! Entonces le dije: He venido a explicarle que Dios quiere tener la misma relación con usted, la relación de un Padre con uno de sus hijos. Sonrió y preguntó cómo podía ser hijo de Dios.

La voluntad mayoritaria de los peruanos lo convirtió, por segunda vez, en presidente de la República. Ahí surgió la idea de invitarlo a visitar la iglesia, pero él tuvo una idea mejor: “Hagamos una reunión especial en la que puedan participar el mayor número de pastores y hermanos”, dijo. El resultado es conocido para la mayoría de los cristianos evangélicos: la “Ceremonia de Acción de Gracias por el Perú” ya tiene trece años de vigencia.
Por este motivo, lejos de los apasionamientos de la política, a nosotros nos corresponde expresarle nuestra gratitud porque fue el primer presidente peruano que se congregó en una iglesia evangélica; también nos corresponde orar por su familia, que tendrá que sobrellevar el dolor de su partida.
Sin embargo, las circunstancias también merecen otra reflexión: Jesús dijo que un reino dividido contra sí mismo no podrá permanecer (Marcos 3:24), dándonos a entender que el futuro de la nación depende de si nos enfrentamos entre todos, o si decidimos de una vez trabajar juntos para edificar una nación sobre los valores de la igualdad, justicia y respeto mutuo.
Es triste pensarlo, pero el enfrentamiento ha echado raíces en nuestra sociedad. Por eso la justicia tiene visos de espectáculo, la corrupción se torna hipócrita y el insulto reemplaza a la discusión alturada y respetuosa.
Oremos para que Dios sane a nuestra nación, para que nuestros gobernantes actúen bajo el temor a Dios, para que nuestros jueces impartan justicia sin venganza, para que nuestros maestros eduquen en conocimiento y valores, y para que todos encontremos la reconciliación que se necesita para volver al camino del progreso.
“Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová, el pueblo que él escogió como heredad para sí” Salmo 33:12.

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