Por Miguel
Bardales Inga / LIMA
Presidente del Ministerio de Acción de Gracias y líder de la iglesia evangélica en el Perú.
Conocí a
Alan García Pérez antes que fuera elegido como presidente de la República del
Perú. La primera vez me recibió en su casa y nuestra conversación giró en torno
a la investigación que había realizado sobre el Evangelio de Marcos.
Entusiasmado me comentó que tenía planes de escribir un libro sobre el
liderazgo del Señor Jesús. De pronto
uno de sus hijos nos interrumpió para despedirse y pedir algo de dinero. Lo vi
levantarse, sacar un billete y decir: ¡Mis hijos son más importantes que todo! Entonces le
dije: He venido a explicarle que Dios quiere tener la misma relación con usted,
la relación de un Padre con uno de sus hijos. Sonrió y preguntó cómo podía ser
hijo de Dios.
La voluntad
mayoritaria de los peruanos lo convirtió, por segunda vez, en presidente de la
República. Ahí surgió la idea de invitarlo a visitar la iglesia, pero él tuvo
una idea mejor: “Hagamos una reunión especial en la que puedan participar el
mayor número de pastores y hermanos”, dijo. El resultado es conocido para la
mayoría de los cristianos evangélicos: la “Ceremonia de Acción de Gracias por
el Perú” ya tiene trece años de vigencia.
Por este
motivo, lejos de los apasionamientos de la política, a nosotros nos corresponde
expresarle nuestra gratitud porque fue el primer presidente peruano que se
congregó en una iglesia evangélica; también nos corresponde orar por su
familia, que tendrá que sobrellevar el dolor de su partida.
Sin embargo,
las circunstancias también merecen otra reflexión: Jesús dijo que un reino
dividido contra sí mismo no podrá permanecer (Marcos 3:24), dándonos a entender
que el futuro de la nación depende de si nos enfrentamos entre todos, o si
decidimos de una vez trabajar juntos para edificar una nación sobre los valores
de la igualdad, justicia y respeto mutuo.
Es triste
pensarlo, pero el enfrentamiento ha echado raíces en nuestra sociedad. Por eso
la justicia tiene visos de espectáculo, la corrupción se torna hipócrita y el
insulto reemplaza a la discusión alturada y respetuosa.
Oremos para
que Dios sane a nuestra nación, para que nuestros gobernantes actúen bajo el
temor a Dios, para que nuestros jueces impartan justicia sin venganza, para que
nuestros maestros eduquen en conocimiento y valores, y para que todos
encontremos la reconciliación que se necesita para volver al camino del
progreso.
“Bienaventurada
la nación cuyo Dios es Jehová, el pueblo que él escogió como heredad para sí”
Salmo 33:12.
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