miércoles, 3 de febrero de 2010

¿NACIONALIZACIÓN O INTEGRACIÓN?

Por César Sánchez Martínez
Las fricciones “diplomáticas” (verbales) entre Lima, Caracas y La Paz, las autodenominadas “nacionalizaciones” en Bolivia avaladas tácitamente por Brasil y Argentina, y la postura venezolana frente a los acuerdos comerciales de cualquier naturaleza con países desarrollados, son síntomas que la integración regional pasa por momentos difíciles y que requiere en algunos casos de “cuidados intensivos”.

América Latina sigue siendo la gran patria de los pueblos andinos, amazónicos y mestizos, aunque sea de nombre, pero por concepciones ideológicas, los esfuerzos integracionistas tienen serias limitaciones. El sueño bolivariano sigue experimentando diversas metamorfosis de índole política, económica, racial y hasta religiosa. Desde que se firmó en Colombia el primer acuerdo de integración hemisférica en 1969, la entonces Junta del Acuerdo de Cartagena, se suscribieron varios tratados en el continente, algunos más exitosos que otros como el Tratado de Libre Comercio del Norte (Nafta por sus siglas en inglés) entre Estados Unidos, Canadá y México y el Mercado Común del Sur (Mercosur) suscrito por Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay.

Si entendemos que un acuerdo comercial tiene por finalidad transar bienes y servicios entre los países, facilitar las inversiones privadas y abrir nuevos mercados, estas realidades no se están dando en la región por varias razones, muchas de ellas de orden interno. El caso peruano demuestra que hay algunas áreas donde aún se tiene que trabajar. El “baguazo” es un claro ejemplo que ni entre los peruanos existe la unidad.

En segundo lugar, están las llamadas “nacionalizaciones” que está realizando el presidente boliviano Evo Morales, situación que no sólo afecta a su nación, sino a la región en general. Estas “nacionalizaciones” con tufillo a estatizaciones supone la participación directa del Estado, experiencia no tan grata en América Latina. El Perú sufrió en 1968 una situación parecida y lo único que provocó fue ahuyentar a las inversiones privadas, nacionales y extranjeras. En el caso boliviano, el grupo español Repsol-Yacimientos Petrolíferos Fiscales, principal inversionista que mediante su filial andina controlaba desde 1997 el 25.7% de la producción del gas boliviano, ya no seguirá invirtiendo en Bolivia, país que tiene reservas de gas natural por unos 1,550 billones de metros cúbicos y es el segundo del continente después de Venezuela.

Un tercer elemento que pone en riesgo la integración regional son las propuestas de algunos líderes que están provocando la huída de capitales en América Latina. Un caso palpable fue la experiencia mexicana con el controvertido subcomandante Marcos del Frente Zapatista de Liberación Nacional, que se levantara en armas en el estado de Chiapas el 1 de enero de 1994, y el caso de Nicaragua, son algunas de esas voces que generan inseguridad jurídica en la región.

En cuarto lugar tenemos al eje político-ideológico La Habana-Caracas-La Paz creado recientemente, que al margen de quienes pueden diferenciarse políticamente de sus creadores, sabotean un intento de integración que es válido para la región.

Ante este panorama, hay quienes ya están hablando de una segunda ola de nacionalizaciones comparable a la de los años 70. Lo que necesita América Latina es una integración económica y social que ayude a los gobiernos a combatir la pobreza y otras lacras sociales.

La integración debe propiciar la suscripción de diversos acuerdos comerciales como contraparte de las “nacionalizaciones” y debe contener programas sociales que respeten las decisiones de los pueblos, así no nos guste.

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