Este 28 de Julio el Perú celebra su CCIII aniversario de su independencia. La Independencia del Perú es uno de los hechos más importantes en la historia del país y de América, pues el continente americano, en aquel tiempo (1821), no habría contado con la independencia mientras el Perú no fuera liberado. El Perú fue durante esa época, el núcleo central de la corona española. Fue en 1821 en que José de San Martín, lideró el ejército libertador para la independencia del Perú.
Extranjeros
y compatriotas lucharon para que nosotros tuviéramos la libertad política que
ahora tenemos. Muchos de los hombres que soñaron con esta libertad pagaron el
precio con su sangre, sangre que fue derramada en los campos de batalla. Cuando
los peruanos celebramos la independencia patria, debemos reconocer que cobró
millares de vidas, vidas que fueron sacrificadas en pro de la libertad y
tenemos que considerar que aún continuamos en la búsqueda de la verdadera
independencia y de la libertad con igualdad y equidad, con justicia y
honorabilidad.
Así
como hubo ciudadanos peruanos que lucharon en contra de la independencia y
libertad de su propia patria, también hoy existen personas que no buscan su
propia libertad y se hallan atados a muchas circunstancias y no anhelan la
libertad ni la independencia. Para explicar esta aserción, tomamos la actitud
de Cristo; cuando Jesús predicaba, lo que decía y hacía casi siempre era nuevo;
algunos rechazan ciegamente todo lo que es nuevo, bien porque va en contra de
su tradición, o no encaja con sus ideas o les parece desagradable. Esta fue la
actitud de los fariseos hacia Jesús que dio como resultado su crucifixión. Y
también ha sido la actitud de muchos en cada generación que ha pasado. Las
palabras de Esteban dirigidas a la multitud antes de su injusta muerte dicen
así: “¡Tercos e infieles, no entienden el mensaje de Dios! Uds. resisten
siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres. ¿A cuál de los profetas no
persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la
venida del Justo, a quien ustedes ahora acaban de entregar y matar”. (Hch
7:51-52). Seguían la palabra escrita, pero no oían la voz de Dios y ni al
Espíritu Santo, estuvieron esclavizados a sus pensamientos, sólo querían ver y
oír lo que les convenía.
La
libertad no se define por la ausencia de todo vínculo, de toda ligadura, de
toda dependencia. No es simplemente una palabra; es una realidad existente, de
la que no se puede prescindir, ni independizarse. La libertad del hombre tiene
un origen que la configura, un objeto al que aplicarse, una finalidad que le da
sentido. Prescindir de tales elementos equivale a negarla o a destruirla. Y ser
libre no es ser todopoderoso, hacer todo lo que uno quiere. Uno no puede,
aunque quisiera, hacer cuanto le pueda apetecer, pero no por eso deja de ser un
hombre libre. Siendo, como es, el hombre un ser limitado, ¿cómo podría ser
ilimitada la libertad? Por eso, toda limitación, cualquier limitación, no tiene
por qué ser un insulto a la libertad.
Si
ser libre no significa ser todopoderoso, ni tampoco independiente, entonces ser
libre es compatible con la limitación y la dependencia. Más aún: la limitación
y la dependencia son connaturales al hombre. Ahora bien, si todo hombre está
vinculado a algo, o a alguien, la calidad de la libertad depende de la calidad
del vínculo que, al relacionarle, da la referencia de la elección que el hombre
hace. Y ello es así porque la libertad se ejercita en la elección entre dos o
más posibilidades por una de las cuales debe decidirse la voluntad, pues no
puede estar en suspenso indefinidamente. Pero no es la voluntad, ni la
libertad, la que distingue entre dos o más posibilidades, sino la razón. La
razón es tan fundamental para que la libertad pueda darse, pues no hay libertad
sino en los seres racionales. No se dice que un irracional, una planta o una
piedra, sean seres libres, aunque un perro pueda ir a una parte u otra, o un
árbol crezca libremente. La elección supone ponderación, reflexión,
consideración, raciocinio, voluntad, valoración de las posibilidades entre las
que elegir. Cuando no hay esto, cuando el pensamiento está ausente, entonces no
hay libertad; se trata sólo de apetencia, capricho, instinto, arbitrariedad,
impulso, algo que no es racional ni razonable, algo que no es del todo humano.
Contextualizando
nuestro análisis con los tiempos actuales, pareciera que nunca antes como hoy,
el hombre se ha sentido menos libre. Ha roto todos los lazos que le unían a
Dios y le obligaban con Él, pero se ha esclavizado hasta extremos repugnantes,
hasta extremos tales como justificar sus soberbias, su religiosidad, sus
propios
fracasos, su vínculo en el uso de las drogas como procedimiento de liberación,
la perversión sexual como una ruptura de limitaciones, la quiebra de los
valores éticos y morales, la corrupción institucionalizada y la trasgresión de
las leyes de la naturaleza como una supuesta conquista del hombre.
Libertad
es una palabra importante que hoy goza de un prestigio mayor que la palabra
verdad; pero no se puede dar libertad sin verdad. Por eso nuestra época, que
rechaza la verdad en nombre de la libertad, tampoco conoce lo que es ser
auténticamente libre, pues no conocen la Verdad.
En
segundo lugar, la libertad en Cristo se ve como la única forma verdadera de libertad,
porque proporciona una libertad duradera más allá de esta vida. Juan 8:36
señala: "Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente
libres." Ahora conocemos la verdad que nos libera como creyentes (Jn.
8:32).
Cristo
durante sus prédicas y acciones de sanidad, reproches a las conductas y
hábitos, tenía declaraciones firmes, sostenía con denuedo sus enseñanzas y
defendía con firmeza a Dios su Padre, además de alcanzar un Evangelio de
libertad y sanidad. Una de las declaraciones más conocidas de Jesús es: "y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn. 8:32). Hoy esta
popular declaración es con frecuencia usada en un contexto ético, académico,
deontológico y político, refiriéndose a la libertad de la opresión política, a
la libertad de prensa, de pensamiento, de opinión y de conducta. Si bien tales
virtudes son notables, Jesús tenía algo más en mente. La libertad de algo más
serio que la opresión política, de expresión, de pensamiento y, la verdad que
sólo viene de una fuente: Cristo.
En
realidad, Cristo sostenía un diálogo con los judíos recién convertidos y su
manifestación fue: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en Él:
Si vosotros permaneciereis en mi doctrina seréis verdaderamente discípulos
míos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8: 31 y 32). Los
judíos no entendieron las manifestaciones de Cristo, creían tener libertad para
todo y que la fuente de su “libertad” era su descendencia étnica, su linaje
judío, sus conocimientos; se olvidaron que fueron esclavos de varias naciones y
sobre todo del pecado; no eran aún libres y cuando Cristo les dice: “la verdad
os hará libres”, reaccionaron en forma airada. Esta no es una simple
declaración, sino constituye una exhortación de Jesús, el Hijo de Dios; por lo
tanto, constituye una promesa gloriosa de libertad para quienes le seguimos. La
mayoría de las personas que le escuchaban ni le conocían, ni reconocían su
propia necesidad, y por lo tanto siguieron en su esclavitud. Permanecieron
cegados al hecho de que el pecado gobernaba sus vidas. Para el esclarecimiento
de este diálogo sostenido entre Cristo y estos judíos, es necesario analizar la
situación en la que se vivía durante el imperio romano. Y es cuando Jesús dijo:
“y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” Los emperadores romanos
practicaban la inmoralidad abiertamente y también gran parte de la población.
No sólo la inmoralidad imperaba sino también el castigar, los romanos hacían de
este castigo de muerte todo un espectáculo. Los criminales en su gran mayoría
eran muertos en el circo romano, devorados por fieras, o muertos por
gladiadores mucho más fuertes que ellos. La idolatría estaba también por todas
partes y muchos pueblos adoptaban los ídolos de otras culturas. La corrupción
era la más clara evidencia del caos y desorden. Los emperadores se asesinaban
unos a otros por tener poder, nadie confiaba en nadie.
Cada
pueblo conquistado tenía que pagar tributo. Los judíos tenían que pagar
impuestos onerosos a los romanos; se permitía que el cobrador cobrara algo más
para su gasto y sueldo. En la práctica estos cobradores exigían todo lo que
podían, quedando con ellos todo lo que sobraba de la cuota que tenían que
entregar a los oficiales de Roma; así los cobradores podían enriquecerse a
expensas del pueblo humilde y pobre que estuvo sujeto a una corrupción
generalizada.
Los
judíos malinterpretaron a Jesús (Jn. 8:33). Ellos declaraban no haber estado
nunca en esclavitud. ¡Una declaración falsa en vista de la presente ocupación
romana, y en el pasado la cautividad egipcia, asiria y babilónica! Jesús
explica el contexto de Su declaración (Jn. 8:34-36). Él está hablando sobre la
esclavitud del pecado. Él ofrece la libertad de la esclavitud del pecado.
El
sentido profundo de esta afirmación: “la verdad os hará libres” lo explicó
Cristo mismo a lo largo del diálogo; tal como se desprende del contexto, se
puede entender así: Dios creó al hombre libre; el hombre, inducido a error
(pensó que podría ser igual a Dios) por el demonio (mentiroso y padre de la
mentira), cometió pecado, y en el mismo momento perdió su libertad, “porque el
que comete pecado es esclavo del pecado”. Pero el esclavo no puede liberarse a
sí mismo, tiene que ser liberado por alguien con poder suficiente para hacerlo.
Ese alguien es Cristo (que es el camino, la verdad y la vida). Sólo Él puede
redimir al hombre de su pecado y volverle por la gracia al estado de libertad,
rotas las ataduras con que el pecado le aprisionaba: “Si él Hijo os diese
libertad, seréis realmente libres”. La libertad que tenemos en Cristo es
aquella que nos trae bienestar espiritual y nos ayuda en nuestra relación con
los demás. Dejemos que el Espíritu haga su obra transformadora en nosotros y
vivamos libres del poder del pecado para la gloria y honra de nuestro Salvador.
Si
se analiza lo que ocurre en nuestro país, en las instituciones públicas e
incluso en las iglesias; hoy los líderes políticos y eclesiásticos no se
sienten libres, sino apresados; más aún, exasperados por unas estructuras que
ellos mismos han construido, sus hábitos, costumbres, conductas los tienen
preso y como no conocen la Verdad y si la conocen, ésta no actúa en sus vidas,
entonces, se hallan prisioneros de sí mismos, sin libertad y con temor a la
Verdad;
En
cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad,
bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas
cosas.
La
verdad nos promete libertad. La verdad involucra una relación con Cristo y la
obediencia a su Palabra nos conduce a la Verdad. Puede haber justificaciones
étnicas, éticas, morales, empero nada de eso es útil: “Así que, si el Hijo os
libertare, seréis realmente libres” (Jn. 8:36). La libertad siempre es un gran
acontecimiento; Dios quiere que cada uno de nosotros seamos libre; pero como
cristianos sabemos que si no tenemos a Cristo no somos más que esclavos. No hay
Libertad sin Cristo, no hay independencia sin Cristo, no hay voluntad propia
sin Cristo. Cristo es el modelo y el ejemplo de lo que realmente significa ser
libre. Jesús estaba libre de pecado; su vida entera era una expresión perfecta
de la justicia de Dios en todos los sentidos. Estaba libre del temor. Podía
denunciar el pecado en los líderes religiosos. No temía a las multitudes que le
querían matar. Podía fijar su rostro hacia Jerusalén e ir al encuentro de su
muerte. Estaba libre de la tradición religiosa; no sólo estaba libre de, sino
libre para; pues, estaba libre para hacer la voluntad de su Padre en todo y
todos los días. Cristo, estaba libre para ser la perfecta expresión de su padre
en todo lo que decía y hacía. Estaba libre para dar su vida por nosotros.
La
libertad que disfrutaba Jesús es la libertad que ofrece a todos aquellos
quienes creen en Él. Si tienes a Cristo, puedes considerarte libre, libre para
analizar la situación en tu institución, en tu Iglesia, en tus líderes
eclesiales, en la actividad programada; ello no quiere decir que ingreses en el
terreno del libertinaje. Existen a este respecto numerosos pasajes bíblicos que
nos orientan y exhortan: “Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el
Espíritu del Señor, hay libertad” (2 Co. 3:17). Por lo tanto, si tienes al
Espíritu de Dios, aflorará en ti los frutos de Él y será honroso en ti que los
evidencies como parte de tu testimonio. Además, es lícito mostrar la libertad
que tenemos en Cristo, desde el momento que nos redimió por su muerte en la
cruz y por ello tenemos libertad; sin embargo, es necesario emplear la libertad
como creyentes en Dios y para el bien. “Porque vosotros, hermanos, a libertad
fuisteis llamados; sólo que no uséis la libertad como pretexto para la carne,
sino servíos por amor los unos a los otros” (Ga. 5:13). “Andad como libres,
pero no uséis la libertad como pretexto para la maldad, sino empleadla como
siervos de Dios” (1 P. 2:16).
El
apóstol Pablo subraya un hecho singular que forma parte del Evangelio cotidiano
a practicar por todos quienes nos llamamos cristianos: Mantenernos firmes en la
libertad que Cristo nos dio. Éste debe ser el testimonio de todos en el actuar
diario, no sólo desde el púlpito, no sólo para el consejo, sino y
sustancialmente para no retroceder en los caminos tortuosos del pecado. “Estad
pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez
sujetos al yugo de esclavitud” (Ga. 5:1). Hemos sido llamados a ser libres,
pero eso no nos da permiso para vivir como queramos, dando rienda suelta a
nuestras pasiones y deseos (Ga. 5:13-26). Hay un gran contraste entre las obras
de la carne y la vida llena del Espíritu: nuestra elección debe ser siempre
actuar de acuerdo a la vida llena del Espíritu. Dios debe ser quien dirija
todas nuestras acciones, sentimientos y palabras. Con él tenemos la fortaleza
que necesitamos en todo momento para no ceder ante el pecado.
La
dependencia en Dios conduce a la independencia del creyente, pero la
dependencia debe ser en el Dios de Verdad que es la fuente de libertad y la
presencia del Espíritu de Dios hace que el creyente tenga mayor o menor
libertad; la llenura del Espíritu nos da plena libertad, por lo tanto,
independencia. La verdadera libertad no está en el mucho conocimiento ni en el
dominio de las ciencias, sino en la dependencia de Dios.
Aquellas
palabras del libertador San Martin: “por la justicia de su causa que Dios
defiende”, son muy ciertas, pues la justicia es de Dios y la defiende, la
sostiene y exige que la practiquemos; igualmente; cuando todos los peruanos
entonamos con unción patriótica en la estrofa del Himno nacional: “renovemos el
gran juramento que rendimos al Dios de Jacob”, lo que estamos sosteniendo es
que la libertad que hoy tenemos debemos honrarla y rendir tributo al Dios que
nos da libertad en Cristo.
Bendiciones a todos y que Dios mantenga la libertad en todos.
Juan Eduardo Gil Mora es un docente, investigado, conferencista y profesional académico. mundoandino2005@yahoo.es
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