lunes, 29 de julio de 2024

INDEPENDENCIA y LIBERTAD EN CRISTO

Por Juan Eduardo Gil Mora / CUSCO

Este 28 de Julio el Perú celebra su CCIII aniversario de su independencia. La Independencia del Perú es uno de los hechos más importantes en la historia del país y de América, pues el continente americano, en aquel tiempo (1821), no habría contado con la independencia mientras el Perú no fuera liberado. El Perú fue durante esa época, el núcleo central de la corona española. Fue en 1821 en que José de San Martín, lideró el ejército libertador para la independencia del Perú.

En una ceremonia pública muy solemne, José de San Martín, enunció la célebre proclamación de la Independencia del Perú; con una bandera peruana en la mano, exclamó: desde este momento el Perú es libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. ¡Viva la patria!, ¡viva la libertad!, ¡viva la independencia! La historia narra que los ejércitos libertadores estaban en su mayoría compuestos por extranjeros y que los ejércitos españoles estaban conformados mayormente por peruanos; esto implica que muchos de nuestros compatriotas no querían ser libres y estaban dando sus vidas en contra de la libertad de la patria; tal vez porque no valoraban lo que sería la libertad.

Extranjeros y compatriotas lucharon para que nosotros tuviéramos la libertad política que ahora tenemos. Muchos de los hombres que soñaron con esta libertad pagaron el precio con su sangre, sangre que fue derramada en los campos de batalla. Cuando los peruanos celebramos la independencia patria, debemos reconocer que cobró millares de vidas, vidas que fueron sacrificadas en pro de la libertad y tenemos que considerar que aún continuamos en la búsqueda de la verdadera independencia y de la libertad con igualdad y equidad, con justicia y honorabilidad.

LO QUE SIGNIFICA LA LIBERTAD

Así como hubo ciudadanos peruanos que lucharon en contra de la independencia y libertad de su propia patria, también hoy existen personas que no buscan su propia libertad y se hallan atados a muchas circunstancias y no anhelan la libertad ni la independencia. Para explicar esta aserción, tomamos la actitud de Cristo; cuando Jesús predicaba, lo que decía y hacía casi siempre era nuevo; algunos rechazan ciegamente todo lo que es nuevo, bien porque va en contra de su tradición, o no encaja con sus ideas o les parece desagradable. Esta fue la actitud de los fariseos hacia Jesús que dio como resultado su crucifixión. Y también ha sido la actitud de muchos en cada generación que ha pasado. Las palabras de Esteban dirigidas a la multitud antes de su injusta muerte dicen así: “¡Tercos e infieles, no entienden el mensaje de Dios! Uds. resisten siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, a quien ustedes ahora acaban de entregar y matar”. (Hch 7:51-52). Seguían la palabra escrita, pero no oían la voz de Dios y ni al Espíritu Santo, estuvieron esclavizados a sus pensamientos, sólo querían ver y oír lo que les convenía.

En el contexto anterior, cabe la interrogante: ¿Qué es, en realidad, ser libre?: será un hombre sin familia por la que trabajar?, ¿sin patria con la que se identifique?, ¿sin fe que le conforme, sin deberes que le obliguen, sin norma moral que le sujete, sin una verdad objetiva a la que atenerse, sin un amor al que entregarse, sin esperanza por la que luchar, sin Dios a quien amar? Una persona así, tan suelto de todo, ¿podría ser calificado de ser un hombre libre? La respuesta es No. No lo sería. No sería ni siquiera humano; sería apenas una especie o un objeto sin ninguna humanidad y, desde luego, si hubiera algún hombre en tales condiciones, su vida sería una verdadera catástrofe, sólo un estado de inconsciencia. Un hombre así, no tendría finalidad ni sentido. La libertad es un deseo humano básico, por lo que esperaríamos leer sobre ello en la Biblia. Mientras que la Biblia habla a menudo de libertad, su enfoque se relaciona con mayor frecuencia con la libertad espiritual que una persona puede experimentar en Cristo.

La libertad no se define por la ausencia de todo vínculo, de toda ligadura, de toda dependencia. No es simplemente una palabra; es una realidad existente, de la que no se puede prescindir, ni independizarse. La libertad del hombre tiene un origen que la configura, un objeto al que aplicarse, una finalidad que le da sentido. Prescindir de tales elementos equivale a negarla o a destruirla. Y ser libre no es ser todopoderoso, hacer todo lo que uno quiere. Uno no puede, aunque quisiera, hacer cuanto le pueda apetecer, pero no por eso deja de ser un hombre libre. Siendo, como es, el hombre un ser limitado, ¿cómo podría ser ilimitada la libertad? Por eso, toda limitación, cualquier limitación, no tiene por qué ser un insulto a la libertad.


Por otra parte, libertad no equivale propiamente a independencia. El hombre es libre, pero no necesariamente independiente. Necesita de muchas cosas, de otras personas, de la tecnología y de la ciencia, de recursos para vivir, incluso para subsistir; requiere interactuar, relacionarse con otras personas; necesita el apoyo de otros y ayudar a otros. Es un ser real hecho de una forma determinada, y no puede prescindir de ello a no ser que deje de ser hombre, y además hay otros hombres que también son libres y tienen derecho a que su libertad sea respetada. La convivencia implica interacciones, respeto mutuo y por lo tanto también renuncias.

Si ser libre no significa ser todopoderoso, ni tampoco independiente, entonces ser libre es compatible con la limitación y la dependencia. Más aún: la limitación y la dependencia son connaturales al hombre. Ahora bien, si todo hombre está vinculado a algo, o a alguien, la calidad de la libertad depende de la calidad del vínculo que, al relacionarle, da la referencia de la elección que el hombre hace. Y ello es así porque la libertad se ejercita en la elección entre dos o más posibilidades por una de las cuales debe decidirse la voluntad, pues no puede estar en suspenso indefinidamente. Pero no es la voluntad, ni la libertad, la que distingue entre dos o más posibilidades, sino la razón. La razón es tan fundamental para que la libertad pueda darse, pues no hay libertad sino en los seres racionales. No se dice que un irracional, una planta o una piedra, sean seres libres, aunque un perro pueda ir a una parte u otra, o un árbol crezca libremente. La elección supone ponderación, reflexión, consideración, raciocinio, voluntad, valoración de las posibilidades entre las que elegir. Cuando no hay esto, cuando el pensamiento está ausente, entonces no hay libertad; se trata sólo de apetencia, capricho, instinto, arbitrariedad, impulso, algo que no es racional ni razonable, algo que no es del todo humano.

Contextualizando nuestro análisis con los tiempos actuales, pareciera que nunca antes como hoy, el hombre se ha sentido menos libre. Ha roto todos los lazos que le unían a Dios y le obligaban con Él, pero se ha esclavizado hasta extremos repugnantes, hasta extremos tales como justificar sus soberbias, su religiosidad, sus

propios fracasos, su vínculo en el uso de las drogas como procedimiento de liberación, la perversión sexual como una ruptura de limitaciones, la quiebra de los valores éticos y morales, la corrupción institucionalizada y la trasgresión de las leyes de la naturaleza como una supuesta conquista del hombre.

Libertad es una palabra importante que hoy goza de un prestigio mayor que la palabra verdad; pero no se puede dar libertad sin verdad. Por eso nuestra época, que rechaza la verdad en nombre de la libertad, tampoco conoce lo que es ser auténticamente libre, pues no conocen la Verdad.

En segundo lugar, la libertad en Cristo se ve como la única forma verdadera de libertad, porque proporciona una libertad duradera más allá de esta vida. Juan 8:36 señala: "Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres." Ahora conocemos la verdad que nos libera como creyentes (Jn. 8:32).

LA VERDAD OS HARÁ LIBRES

Cristo durante sus prédicas y acciones de sanidad, reproches a las conductas y hábitos, tenía declaraciones firmes, sostenía con denuedo sus enseñanzas y defendía con firmeza a Dios su Padre, además de alcanzar un Evangelio de libertad y sanidad. Una de las declaraciones más conocidas de Jesús es: "y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn. 8:32). Hoy esta popular declaración es con frecuencia usada en un contexto ético, académico, deontológico y político, refiriéndose a la libertad de la opresión política, a la libertad de prensa, de pensamiento, de opinión y de conducta. Si bien tales virtudes son notables, Jesús tenía algo más en mente. La libertad de algo más serio que la opresión política, de expresión, de pensamiento y, la verdad que sólo viene de una fuente: Cristo.

En realidad, Cristo sostenía un diálogo con los judíos recién convertidos y su manifestación fue: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en Él: Si vosotros permaneciereis en mi doctrina seréis verdaderamente discípulos míos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8: 31 y 32). Los judíos no entendieron las manifestaciones de Cristo, creían tener libertad para todo y que la fuente de su “libertad” era su descendencia étnica, su linaje judío, sus conocimientos; se olvidaron que fueron esclavos de varias naciones y sobre todo del pecado; no eran aún libres y cuando Cristo les dice: “la verdad os hará libres”, reaccionaron en forma airada. Esta no es una simple declaración, sino constituye una exhortación de Jesús, el Hijo de Dios; por lo tanto, constituye una promesa gloriosa de libertad para quienes le seguimos. La mayoría de las personas que le escuchaban ni le conocían, ni reconocían su propia necesidad, y por lo tanto siguieron en su esclavitud. Permanecieron cegados al hecho de que el pecado gobernaba sus vidas. Para el esclarecimiento de este diálogo sostenido entre Cristo y estos judíos, es necesario analizar la situación en la que se vivía durante el imperio romano. Y es cuando Jesús dijo: “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” Los emperadores romanos practicaban la inmoralidad abiertamente y también gran parte de la población. No sólo la inmoralidad imperaba sino también el castigar, los romanos hacían de este castigo de muerte todo un espectáculo. Los criminales en su gran mayoría eran muertos en el circo romano, devorados por fieras, o muertos por gladiadores mucho más fuertes que ellos. La idolatría estaba también por todas partes y muchos pueblos adoptaban los ídolos de otras culturas. La corrupción era la más clara evidencia del caos y desorden. Los emperadores se asesinaban unos a otros por tener poder, nadie confiaba en nadie.

Cada pueblo conquistado tenía que pagar tributo. Los judíos tenían que pagar impuestos onerosos a los romanos; se permitía que el cobrador cobrara algo más para su gasto y sueldo. En la práctica estos cobradores exigían todo lo que podían, quedando con ellos todo lo que sobraba de la cuota que tenían que entregar a los oficiales de Roma; así los cobradores podían enriquecerse a expensas del pueblo humilde y pobre que estuvo sujeto a una corrupción generalizada.

Los judíos malinterpretaron a Jesús (Jn. 8:33). Ellos declaraban no haber estado nunca en esclavitud. ¡Una declaración falsa en vista de la presente ocupación romana, y en el pasado la cautividad egipcia, asiria y babilónica! Jesús explica el contexto de Su declaración (Jn. 8:34-36). Él está hablando sobre la esclavitud del pecado. Él ofrece la libertad de la esclavitud del pecado.

El sentido profundo de esta afirmación: “la verdad os hará libres” lo explicó Cristo mismo a lo largo del diálogo; tal como se desprende del contexto, se puede entender así: Dios creó al hombre libre; el hombre, inducido a error (pensó que podría ser igual a Dios) por el demonio (mentiroso y padre de la mentira), cometió pecado, y en el mismo momento perdió su libertad, “porque el que comete pecado es esclavo del pecado”. Pero el esclavo no puede liberarse a sí mismo, tiene que ser liberado por alguien con poder suficiente para hacerlo. Ese alguien es Cristo (que es el camino, la verdad y la vida). Sólo Él puede redimir al hombre de su pecado y volverle por la gracia al estado de libertad, rotas las ataduras con que el pecado le aprisionaba: “Si él Hijo os diese libertad, seréis realmente libres”. La libertad que tenemos en Cristo es aquella que nos trae bienestar espiritual y nos ayuda en nuestra relación con los demás. Dejemos que el Espíritu haga su obra transformadora en nosotros y vivamos libres del poder del pecado para la gloria y honra de nuestro Salvador.

Si se analiza lo que ocurre en nuestro país, en las instituciones públicas e incluso en las iglesias; hoy los líderes políticos y eclesiásticos no se sienten libres, sino apresados; más aún, exasperados por unas estructuras que ellos mismos han construido, sus hábitos, costumbres, conductas los tienen preso y como no conocen la Verdad y si la conocen, ésta no actúa en sus vidas, entonces, se hallan prisioneros de sí mismos, sin libertad y con temor a la Verdad;

En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas.

LA VERDAD NOS PROMETE HACERNOS LIBRES

La verdad nos promete libertad. La verdad involucra una relación con Cristo y la obediencia a su Palabra nos conduce a la Verdad. Puede haber justificaciones étnicas, éticas, morales, empero nada de eso es útil: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis realmente libres” (Jn. 8:36). La libertad siempre es un gran acontecimiento; Dios quiere que cada uno de nosotros seamos libre; pero como cristianos sabemos que si no tenemos a Cristo no somos más que esclavos. No hay Libertad sin Cristo, no hay independencia sin Cristo, no hay voluntad propia sin Cristo. Cristo es el modelo y el ejemplo de lo que realmente significa ser libre. Jesús estaba libre de pecado; su vida entera era una expresión perfecta de la justicia de Dios en todos los sentidos. Estaba libre del temor. Podía denunciar el pecado en los líderes religiosos. No temía a las multitudes que le querían matar. Podía fijar su rostro hacia Jerusalén e ir al encuentro de su muerte. Estaba libre de la tradición religiosa; no sólo estaba libre de, sino libre para; pues, estaba libre para hacer la voluntad de su Padre en todo y todos los días. Cristo, estaba libre para ser la perfecta expresión de su padre en todo lo que decía y hacía. Estaba libre para dar su vida por nosotros.

La libertad que disfrutaba Jesús es la libertad que ofrece a todos aquellos quienes creen en Él. Si tienes a Cristo, puedes considerarte libre, libre para analizar la situación en tu institución, en tu Iglesia, en tus líderes eclesiales, en la actividad programada; ello no quiere decir que ingreses en el terreno del libertinaje. Existen a este respecto numerosos pasajes bíblicos que nos orientan y exhortan: “Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad” (2 Co. 3:17). Por lo tanto, si tienes al Espíritu de Dios, aflorará en ti los frutos de Él y será honroso en ti que los evidencies como parte de tu testimonio. Además, es lícito mostrar la libertad que tenemos en Cristo, desde el momento que nos redimió por su muerte en la cruz y por ello tenemos libertad; sin embargo, es necesario emplear la libertad como creyentes en Dios y para el bien. “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; sólo que no uséis la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros” (Ga. 5:13). “Andad como libres, pero no uséis la libertad como pretexto para la maldad, sino empleadla como siervos de Dios” (1 P. 2:16).

El apóstol Pablo subraya un hecho singular que forma parte del Evangelio cotidiano a practicar por todos quienes nos llamamos cristianos: Mantenernos firmes en la libertad que Cristo nos dio. Éste debe ser el testimonio de todos en el actuar diario, no sólo desde el púlpito, no sólo para el consejo, sino y sustancialmente para no retroceder en los caminos tortuosos del pecado. “Estad pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” (Ga. 5:1). Hemos sido llamados a ser libres, pero eso no nos da permiso para vivir como queramos, dando rienda suelta a nuestras pasiones y deseos (Ga. 5:13-26). Hay un gran contraste entre las obras de la carne y la vida llena del Espíritu: nuestra elección debe ser siempre actuar de acuerdo a la vida llena del Espíritu. Dios debe ser quien dirija todas nuestras acciones, sentimientos y palabras. Con él tenemos la fortaleza que necesitamos en todo momento para no ceder ante el pecado.

La dependencia en Dios conduce a la independencia del creyente, pero la dependencia debe ser en el Dios de Verdad que es la fuente de libertad y la presencia del Espíritu de Dios hace que el creyente tenga mayor o menor libertad; la llenura del Espíritu nos da plena libertad, por lo tanto, independencia. La verdadera libertad no está en el mucho conocimiento ni en el dominio de las ciencias, sino en la dependencia de Dios.

Aquellas palabras del libertador San Martin: “por la justicia de su causa que Dios defiende”, son muy ciertas, pues la justicia es de Dios y la defiende, la sostiene y exige que la practiquemos; igualmente; cuando todos los peruanos entonamos con unción patriótica en la estrofa del Himno nacional: “renovemos el gran juramento que rendimos al Dios de Jacob”, lo que estamos sosteniendo es que la libertad que hoy tenemos debemos honrarla y rendir tributo al Dios que nos da libertad en Cristo.

Bendiciones a todos y que Dios mantenga la libertad en todos.

Juan Eduardo Gil Mora es un docente, investigado, conferencista y profesional académico. mundoandino2005@yahoo.es

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